Cristina García Rodero en Gijón. Mil imágenes valen más que mil palabras
No dejan indiferente las fotografías de esta mujer. Después de ver su obra, ¿podemos llamarla así?. No. No es su obra, es su vida. Tampoco. Es su retina, que no es poco, y ha tenido la generosidad de transmitírnosla a todos los que estábamos en Laboral de Gijón. Eso es una suerte.
En realidad, es una idea preciosa. Nunca podremos meternos en la mente de nadie. Pero Cristina, a través de sus imágenes, es capaz de brindarnos esa perversa oportunidad. La oportunidad de sentir. Y sobre todo ver, lo que ella ha sentido cuando estuvo allí.
¿Dónde? Allí; en mil pueblos de una España irreconocible, en en un Haití inquietante y demolido, al tiempo que sensualmente sugerente. Sí. La obra de Cristina no deja indiferente. Puede ser capaz de excitarte con un cuerpo sensual y musculado en una pose imposible y a la siguiente imagen puede hacer que se revuelvan las tripas por pertenecer a la especia humana. Una mujer que siente y pretende. Pretende, quiere y consigue que tú hayas estado allí. Esa es la grandeza de esta mujer. Después de ver su extensa obra. Es la obra de su vida, te queda ese sabor agridulce de abrir tu mente a lo que realmente ha ocurrido en Europa, hace nada, a 3 horas de avión. Si; Kosovo ahí está. Y las imágenes de Cristina no tienen voz es off, No las necesita. Desgarran por si solas. Te hacen replantearte esta mierda de condición humana abocada al enfrentamiento. Abocada al juego de unos, y al sufrimiento de, como siempre, los más débiles.
Las manos de un niño manchadas de dolor pegadas al cristal de un autobús, y las manos de un padre, en otro autobús, manchadas también de dolor, y también de sangre. No, no eran padre e hijo.
No se conocían, nunca se conocieron. Lo único que tenían en común era su pertenecia, al tiempo que aversión, a la especie humana
Así es Cristina. Siempre te sorprende. Si la miras